En este capítulo se habla de que la guerra ha sido odiosa pero inseparable de las sociedades humanas. Se le ha tenido a veces como una ocasión gloriosa y magnífica, pero también como una tragedia y una fuente de dolor.
La guerra es “buena” desde un punto de vista colectivo: Sirve para afirmar y potenciar los grupos humanos, para disciplinarlos, para fomentar los sentimientos de pertenencia incondicional de sus miembros, para reforzar en todos los campos la importancia de lo público y para aumentar su extensión o influencia colectiva.
La guerra es “mala” porque pone en peligro las vidas, carga de esfuerzos y dolores, le separa de sus seres queridos o mata, le obliga entregarse en cuerpo y alma a la colectividad.
El poeta John Donne señaló que nadie duerme en el carro que le lleva al patíbulo, del mismo modo podríamos asegurar que en tiempo de guerra hay menos ocasiones de bostezar, es decir, de aburrimiento y la rutina de lo cotidiano.
Sin embargo, las sociedades se han ido haciendo más individualistas, la guerra ha ido perdiendo mucho su tradicional encanto. En países atrasados, poco informados, se sigue conservando cierto ardor bélico. En los países más desarrollados, desde que la clase obrera consolidó algunas conquistas, ya no hay ganas de revoluciones ni guerras civiles.
Actitud contra la guerra:
Pueden distinguirse dos tipos de adversarios de la guerra, es decir, de partidarios de lograr que los grupos humanos renuncien a resolver sus conflictos recurriendo al enfrentamiento armado.
El primero es de “antibelicistas”: Para ellos, nunca es justificable la guerra, porque siempre proviene de la codicia y del orgullo humano. La resistencia violenta y armada al mal es también una forma de mal, aunque pueda tener mejor disculpa que la disposición agresiva. Ningún valor social o político justifica quitar la vida al prójimo, por indeseable que este sea. Esta actitud es religiosa. Por eso, los primeros cristianos, que durante cierto lapso de tiempo fueron pacifistas en este sentido. Éstos rechazaban todas las instituciones públicas que tienen un fundamento próximo en la violencia legal en el lucro personal.
El segundo modelo es de “antimilitarista”: Es una actitud política que no considera la violencia armada como el mal absoluto sino como un mal indudable, muy grave pero no el único ni el peor de todos. La institucionalización militar de la violencia es una amenaza para las mejores posibilidades políticas de la modernidad, como el respeto a los derechos humanos, el fomento de la democracia y la educación, la ayuda económica, etc.., sin embargo, el antimilitarismo parte del principio siguiente: Ninguna institución política puede ser eficazmente abolida si no se la sustituye por otra institución más fuerte y en la práctica más satisfactoria.
Como el antimilitarismo no es un milenarismo religioso, no supongo que el triunfo de esta domesticación intergrupal hará reinar la felicidad en la Tierra, si no que seguirá habiendo injusticias, mentiras desastres y sin duda crímenes.
El hombre comete el error de pensar que solo él tiene la verdad y que esa verdad es absoluta. Hacerle la guerra a la guerra es una paradoja, sin embargo, lo deja de ser cuando se propone una lucha no con armas si no con ideologías válidas.
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